Lo inmemorial de los tejidos
Por: Miguel Ángel Cárdenas M.
Diario: El Comercio
Fecha: 24 - 07 - 08
Diario: El Comercio
Fecha: 24 - 07 - 08
ANCESTROS. Ruraq Maki es la gran exposición-venta de arte popular que se lleva a cabo en el Museo de la Nación hasta el 31 de julio. Este año destaca la gloriosa artesanía del tejido con diseños y tradiciones que se conservan desde épocas prehispánicas.
En la comunidad de San Ignacio de Loyola, en Otuzco, La Libertad, la memoria viste y calza. Basta con mirar a la experta en telar de cintura Adelaida Dionisio, de 44 años, quien luce una lliklla y una anaku: una falda que se usa desde épocas precolombinas y cuyo plisado se hizo con las uñas. En el patio central donde se efectúa Ruraq Maki, ella teje una faja trenzada de cuatro metros llamada 'sara', que fue declarada patrimonio cultural de la nación el año pasado, junto con otra faja denominada 'pata' que tiene libres las urdimbres. Estas fajas eran usadas por la élite inca, según las crónicas del siglo XVI que escribieron Fray Martín de Murúa y Guaman Poma de Ayala. Adelaida también las empleó para sostener su vientre cuando estuvo embarazada, cuando tuvo que fajar a su bebe y le tejió una a su esposo para que le cuidara la cintura durante las faenas agrícolas. Por eso, más que patrimonio, estas fajas son 'matrimonio' cultural de su nación.
¿Qué hace a estas fajas tan ancestrales y tan singulares?
Me las enseñó mi madre y a ella su madre y así para atrás... La faja sara representa el maíz y la faja pata al andén. Todas las mujeres en San Ignacio, a 3 mil metros sobre el nivel del mar, usamos la faja pata de niñas, hasta los 15 años, y luego la faja sara de adultas, como las usaron las collas del inca. Se diferencian en el tejido, en la sara lo entreveras con otras formas y colores, en la pata va directo. Las dos demoran dos días. Nadie nos conocía hasta que llegaron unos gringos y nos comenzaron a comprar, pero nosotras seguíamos manteniendo la tradición de antes de los españoles. Lo hacemos siempre mientras sembramos papa, oca, maíz, alverja, haba y criamos nuestros animales.
En el distrito de Challhuahuacho, en la región de Las Bambas, Apurímac, la memoria sueña y ronca. Hay dos tradiciones que cuentan el origen de sus particulares tejidos: Narra la primera leyenda de la zona que el cacique de Yanahuara, quien era un mago inca muy poderoso, fue arrestado por esto, y se ordenó su ejecución. Pero cuando se preparaba el ajusticiamiento, todos lo vieron huir transformado en un waman (águila). Los cotabambinos, para halagar esta hazaña, decidieron imitar en sus vestimentas la forma de esa águila misteriosa. La segunda leyenda afirma que quien enseñó a las mujeres el arte de tejer a telar de cintura fue la Virgen de Aparea. Y que por esto deben invocarla cada vez que inician sus procesos de allwidos (tejidos). Para el joven tejedor Andrés Aniceto, de 23 años, las dos dicen la verdad, porque el santuario de la Virgen queda en el mismo lugar del apu femenino de la región.
¿Qué hace tan legendarios y tan particulares a sus tejidos?
Me los enseñaron mis padres. De pequeño aprendí a hacer chullos, mantos, fajas. Y nosotros no nos vestimos así solo para turistas, sino a diario en nuestros pueblos de Cotabambas y Grau, a ocho horas de Andahuaylas. Nuestros tejidos los hacemos bajo un telar que se llama callua o pallana. Y las mujeres tienen grabadas en la memoria los dibujos de arañas, aves, pescados que ponían los abuelos.
En el barrio de Santa Ana, en Ayacucho, la memoria corre y vuela. Desde fines del siglo XIX, recogiendo técnicas preíncas, se fundó un estilo que muchos identifican como la Escuela Textil Oncebay. La fundó Darío Oncebay, cuyos tejidos con un abanico gigante de matices eran comercializados en Bolivia y Argentina. Luego lo siguió su hijo Hipólito y hoy vive el nieto Honorato, de 69 años, cuyas obras han sido expuestas en Suiza, Chile, Italia, España, Estados Unidos y Francia. Él maneja una paleta textil de 80 colores junto con su esposa Silvia Pariona, quien es la maestra del telar con lana fina.
¿Qué hace tan reputados y originales a los textiles Oncebay?
Que viene de nuestros abuelos. Y toda la familia trabaja en eso. Y nos basamos en estrictos colores naturales con diseños antiquísimos, que reflejan las formas de las chacanas y el calendario agrícola. De la cochinilla podemos sacar el rojo, el morado, el lila. Y de la raíz de una planta sacamos el guinda, el rosado, el fucsia. Del molle, una planta de la sierra, sacamos el color verde en todos sus matices. De la tara obtenemos el plomo y de la pepa del nogal, que chancamos y remojamos por un mes, los tonos de negro. También el color vicuña y el beige. Nos demoramos tres meses en hacer un telar grande que cuesta 400 soles. Es famoso nuestro cuadro de unas mamachas de espaldas que hicimos en los años 80, cuando nos encerrábamos para no morir. Tienen el color rojo a un costado por Sendero y el verde a otro costado por los militares. Ambos les han matado a sus familiares y ellas están de espaldas porque no quieren ver más muerte.
En la nación quero, en el Cusco, la memoria canta y baila. Ignacio Apaza, el presidente de las cinco comunidades que componen la nación, compone sus propios cantos mientras teje ponchos, chullos y mantas, que se han mantenido incólumes (por lo inaccesible de sus poblados), resistiendo el coloniaje español.
¿Qué hace tan hermosos y auténticos a los tejidos quero?
Que nos los enseñaron nuestros antepasados y llega hasta hoy. Tenemos los diseños de las flores tikas, los del inti y especialmente el chunchu: nuestro símbolo antiguo (a manera de un reloj de arena que se bifurca), que no nos alteró la civilización. Es nuestro sello. Y también el chili, que son como puntas de cerro y estrellas en nuestras telas. Esto es solo quero, no pueden hacerlo en ningún otro lugar. Como tampoco pueden utilizar como nosotros hacemos los tintes de hierbas como la chapi, el cuchucuchu y la intisunka.
En las comunidades de Acopalca y Yacya, en Huari, Áncash, la memoria resucita y se reinventa. Desde tiempos precoloniales, sus pobladores manejaban combinaciones de tintes naturales de un modo único, pero hace 20 habían dejado de hacerlo. Hasta que un proyecto llamado Arts (Arte Tradicional para el Desarrollo Socioeconómico), con financiación italiana, se inició en noviembre del 2007. Y ellos reanimaron a Rosalina Rojas, de 55 años, a que retomara su legado.
¿Qué hace tan imperdibles y perdurables a sus tejidos?
Que vienen de nuestros ancestros. Nosotros habíamos dejado el hilado a mano y una cerámica que no solo era de arcilla sino con una mezcla de barro y shashal, un derivado del carbón. En los tejidos, ya solo usábamos colores chillones. Pero felizmente que quedaban ancianitos con los que retornamos a la tradición ayudados por los antropólogos italianos. Al principio las señoras estaban desconfiadas, pero ahora somos 66 personas que vamos a formar una cooperativa. Y todos entendimos que seríamos más originales realzando nuestro pasado. Y volviendo a usar los tintes naturales de nuestros abuelos, como el tsinchanco, la cochinilla con limón, el barro con pepa de nogal, la ishanca con limón, porque este es para fijar el color. Todo esto lo sabíamos nosotros de antes, pero preferíamos la anilina. Pero ya no, ahora hasta los niños deben saber que la cochinilla con limón y ceniza es una buena combinación. Y así vamos a llegar al mercado. En Yacya, las mujeres somos las hilanderas y las que teñimos, pero quienes tienen la tradición del tejido son los hombres.
En Sarhua, Ayacucho, la memoria juega y ríe. Pompeyo Berrocal Evanán destaca en el arte que ha hecho célebre al pueblo: las tablas de Sarhua. Pero pocos conocen que esta comunidad también es reconocida por los diseños de sus faldas, que inspiraron muy bellas tablas costumbristas. Pompeyo es el especialista a pedal de esas polleras y faldas modernizadas.
¿Qué hace tan diferentes y curiosas a las faldas de Sarhua?
Que me enseñó a hacerlas mi abuelo. Y están relacionadas con los dibujos de las tablas. Yo me dedico a ellas desde el colegio, con ocho colores. Y he diseñado polleras desde los 20 años. En Sarhua, que queda a seis horas de Huamanga, todos somos artesanos. Las polleras son de tres metros de vuelo y de 60 centímetros de altura. La figura que caracteriza a polleras y faldas sarhuinas es la jaigua, una planta que es como nuestro escudo tradicional, igual que el wakrapuku, nuestro instrumento musical con cuernos de res. Nuestras telas son muy musicales.

Fuente:
* El Comercio - Edición impresa
* El Comercio - Edición virtual
En la comunidad de San Ignacio de Loyola, en Otuzco, La Libertad, la memoria viste y calza. Basta con mirar a la experta en telar de cintura Adelaida Dionisio, de 44 años, quien luce una lliklla y una anaku: una falda que se usa desde épocas precolombinas y cuyo plisado se hizo con las uñas. En el patio central donde se efectúa Ruraq Maki, ella teje una faja trenzada de cuatro metros llamada 'sara', que fue declarada patrimonio cultural de la nación el año pasado, junto con otra faja denominada 'pata' que tiene libres las urdimbres. Estas fajas eran usadas por la élite inca, según las crónicas del siglo XVI que escribieron Fray Martín de Murúa y Guaman Poma de Ayala. Adelaida también las empleó para sostener su vientre cuando estuvo embarazada, cuando tuvo que fajar a su bebe y le tejió una a su esposo para que le cuidara la cintura durante las faenas agrícolas. Por eso, más que patrimonio, estas fajas son 'matrimonio' cultural de su nación.
¿Qué hace a estas fajas tan ancestrales y tan singulares?
Me las enseñó mi madre y a ella su madre y así para atrás... La faja sara representa el maíz y la faja pata al andén. Todas las mujeres en San Ignacio, a 3 mil metros sobre el nivel del mar, usamos la faja pata de niñas, hasta los 15 años, y luego la faja sara de adultas, como las usaron las collas del inca. Se diferencian en el tejido, en la sara lo entreveras con otras formas y colores, en la pata va directo. Las dos demoran dos días. Nadie nos conocía hasta que llegaron unos gringos y nos comenzaron a comprar, pero nosotras seguíamos manteniendo la tradición de antes de los españoles. Lo hacemos siempre mientras sembramos papa, oca, maíz, alverja, haba y criamos nuestros animales.
En el distrito de Challhuahuacho, en la región de Las Bambas, Apurímac, la memoria sueña y ronca. Hay dos tradiciones que cuentan el origen de sus particulares tejidos: Narra la primera leyenda de la zona que el cacique de Yanahuara, quien era un mago inca muy poderoso, fue arrestado por esto, y se ordenó su ejecución. Pero cuando se preparaba el ajusticiamiento, todos lo vieron huir transformado en un waman (águila). Los cotabambinos, para halagar esta hazaña, decidieron imitar en sus vestimentas la forma de esa águila misteriosa. La segunda leyenda afirma que quien enseñó a las mujeres el arte de tejer a telar de cintura fue la Virgen de Aparea. Y que por esto deben invocarla cada vez que inician sus procesos de allwidos (tejidos). Para el joven tejedor Andrés Aniceto, de 23 años, las dos dicen la verdad, porque el santuario de la Virgen queda en el mismo lugar del apu femenino de la región.
¿Qué hace tan legendarios y tan particulares a sus tejidos?
Me los enseñaron mis padres. De pequeño aprendí a hacer chullos, mantos, fajas. Y nosotros no nos vestimos así solo para turistas, sino a diario en nuestros pueblos de Cotabambas y Grau, a ocho horas de Andahuaylas. Nuestros tejidos los hacemos bajo un telar que se llama callua o pallana. Y las mujeres tienen grabadas en la memoria los dibujos de arañas, aves, pescados que ponían los abuelos.
En el barrio de Santa Ana, en Ayacucho, la memoria corre y vuela. Desde fines del siglo XIX, recogiendo técnicas preíncas, se fundó un estilo que muchos identifican como la Escuela Textil Oncebay. La fundó Darío Oncebay, cuyos tejidos con un abanico gigante de matices eran comercializados en Bolivia y Argentina. Luego lo siguió su hijo Hipólito y hoy vive el nieto Honorato, de 69 años, cuyas obras han sido expuestas en Suiza, Chile, Italia, España, Estados Unidos y Francia. Él maneja una paleta textil de 80 colores junto con su esposa Silvia Pariona, quien es la maestra del telar con lana fina.
¿Qué hace tan reputados y originales a los textiles Oncebay?
Que viene de nuestros abuelos. Y toda la familia trabaja en eso. Y nos basamos en estrictos colores naturales con diseños antiquísimos, que reflejan las formas de las chacanas y el calendario agrícola. De la cochinilla podemos sacar el rojo, el morado, el lila. Y de la raíz de una planta sacamos el guinda, el rosado, el fucsia. Del molle, una planta de la sierra, sacamos el color verde en todos sus matices. De la tara obtenemos el plomo y de la pepa del nogal, que chancamos y remojamos por un mes, los tonos de negro. También el color vicuña y el beige. Nos demoramos tres meses en hacer un telar grande que cuesta 400 soles. Es famoso nuestro cuadro de unas mamachas de espaldas que hicimos en los años 80, cuando nos encerrábamos para no morir. Tienen el color rojo a un costado por Sendero y el verde a otro costado por los militares. Ambos les han matado a sus familiares y ellas están de espaldas porque no quieren ver más muerte.
En la nación quero, en el Cusco, la memoria canta y baila. Ignacio Apaza, el presidente de las cinco comunidades que componen la nación, compone sus propios cantos mientras teje ponchos, chullos y mantas, que se han mantenido incólumes (por lo inaccesible de sus poblados), resistiendo el coloniaje español.
¿Qué hace tan hermosos y auténticos a los tejidos quero?
Que nos los enseñaron nuestros antepasados y llega hasta hoy. Tenemos los diseños de las flores tikas, los del inti y especialmente el chunchu: nuestro símbolo antiguo (a manera de un reloj de arena que se bifurca), que no nos alteró la civilización. Es nuestro sello. Y también el chili, que son como puntas de cerro y estrellas en nuestras telas. Esto es solo quero, no pueden hacerlo en ningún otro lugar. Como tampoco pueden utilizar como nosotros hacemos los tintes de hierbas como la chapi, el cuchucuchu y la intisunka.
En las comunidades de Acopalca y Yacya, en Huari, Áncash, la memoria resucita y se reinventa. Desde tiempos precoloniales, sus pobladores manejaban combinaciones de tintes naturales de un modo único, pero hace 20 habían dejado de hacerlo. Hasta que un proyecto llamado Arts (Arte Tradicional para el Desarrollo Socioeconómico), con financiación italiana, se inició en noviembre del 2007. Y ellos reanimaron a Rosalina Rojas, de 55 años, a que retomara su legado.
¿Qué hace tan imperdibles y perdurables a sus tejidos?
Que vienen de nuestros ancestros. Nosotros habíamos dejado el hilado a mano y una cerámica que no solo era de arcilla sino con una mezcla de barro y shashal, un derivado del carbón. En los tejidos, ya solo usábamos colores chillones. Pero felizmente que quedaban ancianitos con los que retornamos a la tradición ayudados por los antropólogos italianos. Al principio las señoras estaban desconfiadas, pero ahora somos 66 personas que vamos a formar una cooperativa. Y todos entendimos que seríamos más originales realzando nuestro pasado. Y volviendo a usar los tintes naturales de nuestros abuelos, como el tsinchanco, la cochinilla con limón, el barro con pepa de nogal, la ishanca con limón, porque este es para fijar el color. Todo esto lo sabíamos nosotros de antes, pero preferíamos la anilina. Pero ya no, ahora hasta los niños deben saber que la cochinilla con limón y ceniza es una buena combinación. Y así vamos a llegar al mercado. En Yacya, las mujeres somos las hilanderas y las que teñimos, pero quienes tienen la tradición del tejido son los hombres.
En Sarhua, Ayacucho, la memoria juega y ríe. Pompeyo Berrocal Evanán destaca en el arte que ha hecho célebre al pueblo: las tablas de Sarhua. Pero pocos conocen que esta comunidad también es reconocida por los diseños de sus faldas, que inspiraron muy bellas tablas costumbristas. Pompeyo es el especialista a pedal de esas polleras y faldas modernizadas.
¿Qué hace tan diferentes y curiosas a las faldas de Sarhua?
Que me enseñó a hacerlas mi abuelo. Y están relacionadas con los dibujos de las tablas. Yo me dedico a ellas desde el colegio, con ocho colores. Y he diseñado polleras desde los 20 años. En Sarhua, que queda a seis horas de Huamanga, todos somos artesanos. Las polleras son de tres metros de vuelo y de 60 centímetros de altura. La figura que caracteriza a polleras y faldas sarhuinas es la jaigua, una planta que es como nuestro escudo tradicional, igual que el wakrapuku, nuestro instrumento musical con cuernos de res. Nuestras telas son muy musicales.

Fuente:
* El Comercio - Edición impresa
* El Comercio - Edición virtual
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